Masones rosarinos, silenciosos artesanos del libre pensamiento

Masones rosarinos, silenciosos artesanos del libre pensamiento

Masones rosarinos, silenciosos artesanos del libre pensamiento 1200 717 Logia San Martín Nº 186 - Masonería en Rosario

Una vez por semana, cuando la hora que los junta es más discreta, los libres y aceptados masones rosarinos embocan la entrada de Laprida 1027 y trajinan el pasillo interminable que los lleva hasta la casa, hasta sus letras, hasta su lámpara. En tres logias hermanas, unos 150 hombres unidos en libertad, igualdad y fraternidad bajo el lema de la ciencia, la justicia y el trabajo, sostienen en Rosario los antiguos ritos y las faenas filosóficas de la masonería.

En la historia del virreinato del Río de la Plata la primera referencia es de 1804, cuando el portugués Juan Silva Cordeiro fundó en Buenos Aires la logia San Juan de Jerusalén de la Felicidad de Esta Parte de América. Hacia 1810, Julián Alvarez presidía otro grupo de masones porteños; muchos de ellos se sumarían más tarde a la logia Lautaro que formaron Carlos María de Alvear, José Francisco de San Martín, José Matías Zapiola y Eduardo Kannitz apenas llegados de Europa.

El 11 de diciembre de 1857, siete de los talleres masónicos de Buenos Aires se unieron en la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones. Por 1859 funcionaban en Rosario las logias Fraternidad y Bien Social, ésta con la presidencia del general Juan Pablo López, hermano del brigadier Estanislao López. Un año después “levantó columnas” la logia Unión. Tiempos en que los masones Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza saldaban en Cepeda y en Pavón, a sangre y fuego, las disputas entre el puerto de Buenos Aires y la Confederación Argentina.

El siglo XX arrancó con la fundación de la logia General San Martín Número 186, en San Lorenzo, taller que luego se trasladó a Rosario y que, junto con la Unión Libertad Número 275 y la Unión Número 17 -decana en Santa Fe- funciona hasta hoy en el viejo templo de la calle Laprida.

Con la inmigración europea masiva, muchos hombres inquietos y sensibles encontraron en la masonería el ámbito de reflexión que buscaban para desarrollar y aplicar sus ideas progresistas. Los nombres de algunas logias que se abrieron entre 1892 y 1945 parecen revelar tendencias a veces contrapuestas: La Luz, Obreros Unidos, Unión Liberal, Belgrano, Aurora, Perseverancia, Reforma, Obreros Liberales, Labor, Bernardino Rivadavia, Renovación, José Ingenieros.

Albañiles del Gran Arquitecto del Universo, los masones rosarinos se destacaron por su práctica de la solidaridad y su compromiso social: entre 1860 y 1870, la logia Unión se ocupó de rescatar cautivos de los malones que caían sobre el sur santafesino y de asistir a los enfermos durante la epidemia de cólera de 1867. El templo de calle Laprida fue hospital de sangre en la revolución que, en 1893 y desde Rosario, lideró el radical y masón Leandro Nicéforo Alem contra el presidente liberal y también masón Miguel Juárez Celman.

En su libro Bicentenario de la Revolución Francesa (edición de la Comisión Rosarina del Bicentenario, 1989), Lelio Pugliani subraya algunas contribuciones que los masones locales hicieron al progreso de la región. Las logias locales estudiaron, planificaron y operaron a favor de la inmigración, de la explotación racional de los recursos, de la integración de capitales con los métodos modernos de producción y de la educación universal y obligatoria. 

Muchos masones, apenados o asustados por los graves conflictos laborales que atravesaba la sociedad rosarina de comienzos del siglo XX, se ocuparon de atenuar sus consecuencias con acciones de ayuda solidaria. También hubo logias que apoyaron la Reforma Universitaria de 1918 y aseguraron que la constitución provincial de 1921 tuviera la orientación liberal y progresista que se plasmó en su texto.

Entre muchos otros masones notorios, Aarón Castellanos, Zenón Pereyra y Lisandro Paganini trabajaron en el desarrollo de colonias agrícolas; Tiburcio Benegas y Melquíades Salvá, en la integración de capitales con destino al crédito; Francisco Henzi, Benjamín Tamburini, Luis Pinasco y Luis Rosenthal fueron masones que empujaron la industria y el comercio. En la educación popular se destacaron Isidro Alliau, pedagogo español; Tesandro Santa Ana, Francisco Monguillot, Pedro Rueda y el periodista y educador Eudoro Díaz, rector del Colegio Nacional I. Desiderio Rosas fundó la primera biblioteca pública; Luis Lamas, la primera escuela industrial, y Elías Fernández de la Puente, la Escuela Normal II. 

Lisandro de la Torre, Nicasio Oroño -gobernador que impulsó la ley de matrimonio civil y la secularización de los cementerios- y Ovidio Lagos también trabajaron en logias masónicas, lo mismo que el inglés Williams Wheelwright, administrador del Ferrocarril Central Argentino, y su compatriota Isaac Newell, educador y patriarca del club de fútbol del Parque de la Independencia.

Por estos días, la logia General San Martín Número 186 se prepara para honrar al Libertador el próximo 17 de agosto. Vendrá Jorge Alejandro Vallejos, Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones; habrá reunión abierta al público en el templo de calle Laprida, y un acto de homenaje en el Salón de las Banderas de América. Tal vez no sea inoportuno recordar a don José en estos días aciagos, barruntan los libres y aceptados masones rosarinos que, una vez por semana, cuando la noche que los junta es más discreta, trajinan el pasillo interminable que los lleva hasta la casa, hasta sus letras, hasta su lámpara.

El compás y la escuadra

Aunque ni los propios masones acuerdan sobre los orígenes más remotos de sus órdenes y sus ritos, la mayoría coincide en que las organizaciones actuales emulan a los gremios medievales de la construcción cuyos maestros y operarios, ocupados en levantar catedrales prodigiosas, concentraban el saber teórico y práctico de la arquitectura.

Masón significa albañil; los miembros de la orden visten el mandil, delantal del oficio, y trabajan en la ejecución del plan de Dios, el Gran Arquitecto del Universo. La gran catedral que construyen es la Humanidad; su faena cotidiana es el perfeccionamiento de sí mismos y de los demás seres humanos. Entre sus símbolos se destacan el compás y la escuadra, instrumentos clave de la arquitectura, que imponen la equidistancia entre los hombres y la rectitud en el pensamiento y en la acción. Como los gremios medievales de su origen, las logias asignan jerarquías internas a sus miembros según un orden de 33 grados que los conduce desde la iniciación y el aprendizaje primario hasta los niveles superiores de especulación filosófica. Los masones llaman “tenidas” a las reuniones periódicas reservadas que los juntan según sus antiguos ritos y ceremonias; las tenidas blancas están abiertas a invitados profanos.

La masonería argentina acepta, predica y practica la tolerancia y la libertad intelectual y religiosa, propicia el laicismo del Estado y de la educación pública, defiende la democracia y alienta la participación individual de sus miembros en cualquier asunto de interés público, incluida la acción política.

Revolucionarios, astronautas y trompetistas

Desde mayo de 1810 fueron muchos los argentinos masones que -no pocas veces desde facciones opuestas- sobresalieron en la acción pública. La nómina, por fuerza incompleta, incluye a Juan Bautista Alberdi, Amancio Alcorta, Leandro Alem, Valentín Alsina, Antonio Alvarez Jonte, Ignacio Alvarez Thomas, Carlos María de Alvear, Martín de Alzaga, Florentino Ameghino, Antonio Balcarce, Manuel Belgrano, Antonio Berutti, Juan Bialet Massé, Guillermo Brown, Antonio Casacuberta, Juan José Castelli, Luis Dellepiane, Santiago Derqui, Esteban Echeverría, José Ingenieros, José Hernández, Bernardo de Irigoyen, Miguel Juárez Celman, Juan Bautista Justo, Alejandro Korn, Juan Lafinur, Juan Gregorio de las Heras, Leopoldo Lugones, Bartolomé Mitre, Bernardo de Monteagudo, Mariano Moreno, Alfredo Palacios, Juan José Paso, Carlos Pellegrini, Pablo Pizzurno, Manuel Quintana, Bernardino Rivadavia, Nicolás Rodríguez Peña, Cornelio Saavedra, Roque Sáenz Peña, José Francisco de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento, Justo José de Urquiza, Eduardo Wilde e Hipólito Yrigoyen.

Políticos contemporáneos como César Jaroslavsky, Simón Lázara y el rosarino Juan Vinacua fueron masones y, aunque la discreción de la orden reserva las identidades de sus miembros vivos, numerosas fuentes indican que Raúl Alfonsín y otros radicales son hombres del compás y de la escuadra. En el resto del mundo también hubo masones en abierta contradicción, como los chilenos Salvador Allende y Augusto Pinochet, o el británico imperialista Winston Churchill enfrentado con el indio independentista Mohandas Karamchad Gandhi, el Mahatma.

Entre innumerables hombres públicos que vistieron el mandil figuran los astronautas Neil Armstrong, Virgil Grissom, John Glenn y Edwin Aldrin; el trompetista Louis Armstrong, el actor Gene Autry, los gigantes de la música Johann Sebastian Bach, Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven, el filósofo Jean Jacques Rousseau, el poeta Antonio Machado, el filósofo y matemático socialista y pacifista Bertrand Russell, numerosos presidentes norteamericanos (George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln, Franklin Delano y Theodore Roosevelt, Gerald Ford, Jimmy Carter y Bill Clinton, entre otros), el revolucionario Giuseppe Garibaldi, Isaac Newton, Bernardo O’Higgins, José Martí, Simón Bolívar, Alexander Fleming, Albert Schweitzer, el pedagogo Juan Pestalozzi, Count Basie, Martin Luther King, Duke Ellington, Augusto César Sandino y su adversario Anastasio Somoza, Oscar Wilde, los fabricantes de autos Henry Ford, Walter Chrysler y André Citroën, Gustave Eiffel, Adam Smith, Benjamín Franklin, Samuel Colt, Davy Crockett, William Cody (Buffalo Bill) y los protagonistas de los acuerdos de Camp David y de Oslo, Anwar el Saddat, Menahem Beguin, Yitzak Rabin, el rey Hussein de Jordania y Olof Palme.

Fuente: Diario La Capital – Por Jorge Benazar  (Domingo 14 de Julio de 2002)