James Anderson, autor junto a Jean Théophile Désaguliers de las Constituciones masónicas aprobadas en 1723.
James Anderson, autor junto a Jean Théophile Désaguliers de las Constituciones masónicas aprobadas en 1723, narró que el 24 de junio de 1717 los miembros de las Logias “The Goose and Gridiron Ale House”, “The Apple Tree Tavern”, “The Rummer and Grapes Tavern” y “The Crown Ale House” se reunieron en una taberna de Londres y crearon la primera Gran Logia de la Masonería en su etapa filosófica o especulativa que llega a nuestros días. La reunión preparatoria en la Taberna El Manzano contó con la presencia de masones de la época de las construcciones en piedra y de “aceptados”, personas de otras actividades que también inaugurarían el nuevo ciclo.
Si bien a fines del siglo XVIII ya existían masones y logias en el Río de la Plata y muchos de ellos participaron de la Primera Junta de Gobierno Patrio en 1810, ambos Triunviratos, Asamblea del año 13, las gestas de San Martín y Belgrano y otros acontecimientos de enorme trascendencia, la Gran Logia de la Argentina fue producto de la institucionalización post Caseros en 1857, con siete logias bajo la conducción del Gran Maestre José Roque Pérez.
Paradojas de la vida, Pérez moriría contagiado durante la epidemia de fiebre amarilla integrando una Comisión especial de masones que se encargó de socorrer a las numerosas víctimas de ese flagelo. Su imagen y la de Manuel Argerich fueron inmortalizadas por Juan Manuel Blanes en su famoso cuadro “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires” que muestra a la italiana Ana Brisitiani cuando ha fallecido acostada en el piso de un conventillo de la calle Balcarce, el 17 de marzo de 1871.